Mario A. Rodr{iguez Padilla

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Ciudad de Mérida, Yucatán, Mexico
Ingeniero Arquitecto. Egresado de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional

viernes, 27 de mayo de 2016

Víctor Augusto Núñez Ortíz

Víctor Augusto Núñez Ortiz:
Un testigo más de la historia de su tiempo.




Un ingenuo chilango conocido como el Vano


Sus cuates le decían el Vick VapoRub, los demás le decían despectivamente el Vano, porque nuestro anónimo héroe presumía las siglas de su nombre completo: V.A.N.O. Víctor Augusto Núñez Ortiz había nacido a medio siglo XX en la Ciudad México, en un sanatorio privado ubicado en la Colonia Tabacalera, en una madrugada en el que Luna llena se ocultaba en la Sierra de las Cruces y  el Sol nacía sobre el Monte Tláloc dibujando un eje virtual con ruinas del antiguo gran Teocali Azteca dual dedicado al flamígero Huitzilopochtli, dios de la Guerra y al acuático Tláloc, Dios de la Lluvia, asentado sobre el legendario islote donde los mexicas encontraron a la sagrada Águila Solar devorando a la maléfica serpiente, posada sobre el árbol de la vida, que es el sagrado nopal, con sus hermosas 9 tunas rojas, significando las nueve apasionadas vidas del espíritu mexicano.




 El  Vano, también se vanagloriaba que había nacido entre el Monumento de la Revolución y el Edificio sede del Partido Revolucionario Institucional (PRI).







La vecindad del barrio de Cuepopan


 Nuestro vanidoso amigo fue procreado y vivió su lactancia en una vetusta vecindad enclavada en el  antiguo predio del convento de la Inmaculada Concepción de María, lo que aumentaba más su vanidad.
A sus amigos les decía:
«El lugar de mi concepción fue una vieja vecindad surgida de los residuos del antiguo convento de las monjas de la orden de «La Concepción» expropiado a mediados del siglo XIX por las leyes de Reforma. Los expertos en historia dicen que este convento fue uno de los primeros que se construyeron después de la destrucción de la Gran Tenochtitlán, siendo el primer claustro para monjas, en este mismo recinto estuvo recluida temporalmente una hija natural del rey  Felipe II, de nombre Micaela de los Ángeles, la que fue traída, siendo niña, por Fray Pedro Moya y Conteras, aparentando ser su tío, este siniestro  clérigo fue Inquisidor, Arzobispo y 6o Virrey de la Nueva España. La muchacha fue trasladada después al Convento de Jesús María, hermosa construcción que fue erigida para ella, con dinero enviado por el Propio Rey,  siendo tratada como “demente”, al igual que su tatarabuela Juana “La loca” según la historia  “la princesa”  Micaela murió siendo todavía niña de 13años. Pero sospecho que fue recluida por otro motivo, y al igual que la Hija de Fernando “el Católico” jamás estuvo loca, siendo víctimas ambas de dos ambiciosos jerarcas, que para la obtención de su abusivo poder, sacrificaron a miembros de su propia familia


Mirando un hermoso microcosmos


Pero su infancia la vivió en otra vecindad, ubicada en la populosa Colonia Moctezuma, segunda sección, en un  modesto departamento, en planta alta, que asomaba a la calle por medio de una terraza y un pequeño balcón.

En su madurez, ya siendo residente meridano escribió esto:


  
«Hasta la edad de nueve años, fui el dueño absoluto del paisaje urbano que se abría todo el frente del balcón, que iluminaba y ventilaba la pequeña sala del departamento que ocupaba todo el largo de la segunda planta de un edificio de vecindades de la Colonia Moctezuma, en donde vivíamos con mis papás, hasta entonces tres hermanos menores y yo. El vano tenía forma de arco a medio punto, el voladizo tenia forma de concha, el barandal de hierro forjado, describía un barroco semicírculo que limitaba el pequeño espacio del balcón, con varillas que se retorcían en suaves helicoidales que durante muchas luminosas tardes utilice como carreteras por las escurría mi infantil saliva llena de minúsculas y tornasoladas burbujas, dando lentos giros, hasta que desaparecían por efectos de la evaporación.

Hoy desde estas cálidas tierras del Mayab, despierta en mí la añoranza de aquellas imágenes inolvidables de mi querida Ciudad de México, que lejana en el tiempo y la distancia, que fueron las que forjaron mis primeros razonamientos, las que desafortunadamente se fueron para solo permanecer en la añoranza de la memoria.




Como se llenaría de alegría mi corazón si por unos instantes volviera admirar desde aquel maravilloso punto de observación el luminoso resplandor del sol matinal dibujando con mágicos trazos las fabulosas siluetas de la Mujer Dormida y de su fiel Popocatepetl. Las dos blancas montañas que marcaron los limites de mi pequeño mundo infantil, testigos lejanos de las horas más maravillosas de mi vida, Los hitos más sagrados de la patria, los que despertaron en mi tierna mente la inocente idea de que atrás de ellos no existía más mundo, solo una oculta y gran palizada que sostenía la azul cúpula del cielo, que cubría un mundo completamente plano.



Mi familia era modesta, pero yo en mi balcón me sentía el príncipe del mundo y me molestaba que mi madre mencionara que éramos pobres. A mis pies la gente del barrio desfilaba y yo desde mi balcón los juzgaba. Por las banquetas de abajo y de enfrente pasaron infinidad hombres y mujeres que por su apariencia me desagradaban, algunas veces madres fodongas (gordas), que alguna vez fueron bellas chicas de cintura de avispa jalando del cabello a la hija noviera o rebelde, que también aprovechaba las dotes heredadas por su progenitora; las parejas de novios paseaban lentamente, como un solo ser de cuatro patas, manteniendo el tierno abrazo y besuqueándose sin pudor, sin pensar que muchos de ellos, después de los años, reñirían con las palabras, las manos y hasta las armas, matando hasta el último resto de ese amor que se juraron para la eternidad; las ancianas de paso cansado, ataviadas con amplias enaguas y con su obscuro chal, que les daba cierto aire musulmán, iban y venían de la “plaza”, que es como conocíamos el cercano mercado público, edificado con burda estructura de madera y techo de lámina de zinc, cargando al brazo amplias canastas las que llenaban con los múltiples colores de las frutas frescas y las flores que acompañaban los alimentos que día a día compraban, en bien ganadas ofertas que lograban con habilidad comercial en su perpetua puja con el marchante y el generoso pilón.





Mientras la gente sufría y gozaba el cálido ambiente popular, lleno de gritos, música, llantos y mentadas, las luminosas tardes desde la primavera al otoño y del verano al invierno teñían de oro, verde, morado, o rosa la blancura de las nubes como la de los volcanes contrastando con los azules del cielo y de las faldas densamente arbolas.




Las horas pasaban con mil maravillosas fantasías mientras que algún laborioso inquilino de la vecindad de al lado se la pasaba siempre reparando y limpiando su rojiblanca carcacha, mientras los nutridos grupos de "vaguitos" o los cadeneros "rebeldes sin causa" de negra chamarra de cuero, cuello alzado y rizado churro en la frente, mataban el tiempo jugando a los volados con el merenguero, golpeándose unos a otros o a cadena limpia con la banda de otra cuadra, correteando o improvisando cualquier “maldad” para demostrar el poder de su “ley” , tanto para llamar la atención a las muchachas de la cuadra, como para establecer quien deberían de hacer honores como máxima autoridad entre la palomilla.



 Desde mi balcón me divertía todavía más que los otros niños que siempre se la pasaban jugando a los encantados, policías y ladrones, las escondidillas, cascaritas de fútbol, las canicas, el tacón, el trompo, las metitas, la matatena, el yo-yo, el balero, el avión, o la rayuela, entre muchos otros juegos que ellos improvisaban con cualquier cosa, mientras que yo en las alturas también inventaba mis propios juegos y juguetes.


Frente a mi balcón también pasaba el ropavejero que ofrecía la dura melcocha que repartían los niños a cambio de la ropa de su familia que extraían a escondidas de sus mamás, el ritual de romper el dulce con el cincel me fascinaba. Recuerdo también que no había tarde en que no viera los repartidores de pan, que milagrosamente equilibraban la enorme cesta sobre la testa mientras vertiginosamente conducían su bicicleta, o el penetrante pitido del carrito de los camotes que lejos de molestar alegraba la noche, también desfilaban, haciendo cantar el duro pavimento, las mulitas del comerciante en ollas y enceres domésticos de artesanía también despertaban mi admiración.




Otros muchos personajes pasaron por mi balcón y lamento que con los años los haya olvidado en sus más íntimos detalles, sin embargo a todos los guardo en lo más preciado de mi corazón.

Claro, también había los luminosos momentos de fiesta con sus cualidades muy especiales como los cierres de calles para organizar bailes al ritmo del cha-cha-cha, el twist, el rock o el mambo, mientras la negra noche se teñía de múltiples colores con cientos de cohetes y luces de Bengala, dentro de esos festejos el que más me atemorizaba era un desfile de enmascarados que se celebraba el martes de carnaval el que culminaba en la Pulquería de "Los Aviadores" que estaba en la mera esquina de la cuadra, para mí era espantoso ver a varios mugrosos borrachos, cantando e insultando, al ritmo de la tambora, ataviados con brillantes vestidos, pintarrajeados y usando postizos que los convertían en “frondosas” y abominables “mujeres”.


Pero lo que más me fascinaba era contemplar el suave descenso de los aviones, a veces en la pista 05 izquierda aterrizaba un pequeño Cessna mientras que en la pista 05 derecha que era la más lejana descendía un hidroavión de la Marina que eran mis favoritos "Catalina" cuyo descenso era majestuoso, también admiraba los "Superconstelation" y los grandes aviones de carga. La tranquilidad se acabo un poco cuando descendió el primer avión de “propulsión a chorro”, que ahora conocemos como jet. Sin embargo el "Comet" de Mexicana de Aviación y los veloces "Vampiros" de la Fuerza Aérea Mexicana se hicieron también mis favoritos.



La última vez que visite la colonia Moctezuma fue hace veinte años, a pesar de que el balcón todavía existía, la tranquilidad del barrio ya había desaparecido, el smog ya no permitía apreciar los volcanes, los edificios cubrían ya toda posibilidad de admirar el suave descenso de los aviones, los niños ya no jugaban en la calle, los muchachos ya no piropeaban, haciendo honor al ondulante vaivén de las bellas muchachas, esperando provocar aquel cautivador mohín que precedía la sonora cachetada. 




Así sentí una gran melancolía por aquella que fue mi querida Ciudad de México, la antigua Ciudad de los Palacios, la Región más transparente del aire, había desaparecido para siempre junto con mi cándida niñez


░░



La inocente infancia del Vano.



Una de las características del Vano, siempre fue su gran candidez, herencia de sus nobles ancestros Mayas, cuya línea sanguina femenina la recibía de su bisabuela Paula Catzín, otro hito de su vanidad, ya que el catzín es la Acacia Maya, del mismo árbol cuya madera se construyeron las míticas arcas de Noé y de la Alianza. Candidez que le impedía reconocer la maldad y no se daba cuenta que vivía en una de las colonias más peligrosas de la Ciudad de México, por ello en su memoria le faltó mencionar, que abajo al pie de la terraza de su vivienda, el vecino de abajo, que vendía chicharrones en el viejo y sucio mercado, había dado muerte a su hijo mayor, al confundirlo con los pandilleros, que pretendían violar a la muchacha, que por la fatalidad, ya no sería su nuera.



Las ensangrentadas cadenas de los rebeldes sin causa.



Tampoco anotó cuando observaba las salvajes batallas entre pandilleros que sangraban a punta de daga y cadena. Se le olvido cuando uno de sus vecinos corría huyendo de una patrulla. Si bien escuchaba a los voceadores ambulantes, gritar con su pegajosa cantaleta, que algún vecino de la colonia, había asesinado a su infiel mujer con una enorme cantidad de puñaladas o balazos, en brazos de su traidor compadre.


Sexo sobre las azoteas.


 Tampoco se enteraba que en las azoteas de las vecindades, se juntaban los muchachos y muchachas, para hacer sexo, consumir alcohol barato, inhalar cemento plástico, thiner y hasta carrujos de marihuana, ocasionando más problemas de violencia intrafamiliar y entre vecinos, amén del embarazo juvenil, y la degradación social de las jóvenes mujeres. 



La Magia del Mayab en México




Cuando no contemplaba  el maravilloso paisaje barriano, del que nunca aprendió sus léperas palabras y  vulgares frases, debido más a la soberbia de su orgullo, que por obedecer a las prohibiciones hechas por sus padres, en la pequeña mesa del comedor, se fascinaba con las anécdotas y cuentos que contaba su madre, una morena mujer oriunda de Chetumal, oyendo cuentos de origen maya, conoció muchos personajes míticos, como el Dueño del Monte, la Xtabay, los Aluxes,…, y la mismisima Llorona, que no solo en el Valle de México se oía su escalofriante frase: «HAY MIS HIJOS» provenientes del “cerro” de Chetumal”, Isla Mujeres, Cozumel, Solferino, Holbox, desfilaban en la mente del VANO, y la Ciudad de Mérida, era la utópica ciudad de sus sueños, ya que de ella recibió las descripciones más sabrosas.    


Un Pequeño Cesar Tricolor.




Una fría mañana de sábado, el pequeño Victor se envolvió con una manta impresa con el logotipo del PRI, descalzo y tan solo en trusa y camiseta abrió las puertas de vidrio de color que cubrían el vano del balcón y salió con todo su orgullo mirado la casi vacía calle, y gritó VIVA XICO, él tan solo tenía 5 años, y no sabía nada de política, más para el los colores verde, blanco y rojo eran los más poderosos de la existencia. En sus recuerdos no había esta. Para él, inmortal escena, porque con los años para él ese partido revolucionario era el peor enemigo de Su México Querido.

Un moderno idealista feudal.




El Vano era un tremendo soñador, aunque en su consciente veía un mundo libre de maldad, en su subconsciente sentía la necesidad de vivir en mundo más protegido. Así influenciado tanto por las series de televisión, la radio y las revistas de historieta; mientras disfrutaba de las doradas tardes, en las que no había las densas y veloces tolvaneras, provenientes del desecado ex vaso de Texcoco, contemplaba las dinámicas y colosales nubes con las que fantaseaba al interpretar en ellas fantásticas figuras antropomórficas y zoomórficas en las que se perdían hasta los más grandes aviones; él niño se imaginaba poseer un enorme predio cuadrangular rodeado por una alta muralla de piedra clara, en cuyos corredores circulaban elegantes arqueros de traje blanco y sobrero negro a la Robín Hood. El interior lo llenaba de grandes campos de cultivo, ricos huertos y frondosos árboles frutales, alternando con viviendas, donde  morarían las personas más pobres que desfilaban día con día al pie de su balcón, y que lastimaban su sensibilidad.      

Donceles 100 y 104 en La ciudad de los Palacios




Para Víctor Augusto existía otro escenario, de relevante significado para su infancia. Se trataba de los antiguos y bellos edificios del colegio de la Enseñanza, ubicados en los números 100 y 104 de la calle de Donceles, que fueron remodelados y adaptados por el Ing. Armando I. Santacruz, en tiempos del porfiriato para ser sede del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal y Territorios Federales. En esta dependencia federal, trabajaba  su madre, siendo secretaria de un bonachón magistrado, antiguo general carrancista, quien fuera diputado constituyente en Querétaro de 1917. Para el pequeño Vano el edificio era una enorme fantasía, que disfrutaba al llegar a la puerta del 104, donde estaba la guardería, con dos patios de alta arcada divididos por un pasillo-puente con una escalera bifurcada en el centro.

 Cuando la guardería fue trasladada a la azotea de  Donceles 100, la fantasía creció más, cuando subía por la majestuosa escalera, y recorría un obscuro pasillo-túnel que pasaba por detrás de la hermosa capilla churrigueresca de «La Enseñanza» en cuyo dorado retablo se veneraba una imagen de la Virgen del Pilar, patrona de España, cuyo día de fiesta es el 12 de octubre. Después subían por otra bella escalera hasta alcanzar el tercer nivel del ecléctico edificio, para ascender por prolongada espiral de una moderna escalera. En la moderna guardería se visualizaban en primer plano la enorme cúpula y las robustas torres de catedral, que retumbaban potentemente cada hora, también se admiraban otras cúpulas y torres, así como los bellos cerros que rodean la hermosa cuenca del llamado valle de México.


Mauro el pederasta.




En este predio curso su preprimaria, aunque para él no era una verdadera escuela. En el patio jugaba con sus amiguitos y amiguitas al ritmo de dinámicas pedagógicas que imponía la veterana educadora que dirigía la guardería.

 Pero los juegos eran muchas veces interrumpidos por dos empleados de la presidencia del tribunal, uno era muy elegante de poblado mostachón y otro moreno de pelada de cepillo, siempre de traje azul marino. Ambos se acercaban a los niños para acariciarlos, darles cosquillas y molestarlos con palabras insinuantes, al Vano se le acercaba Mauro, el niño no soportaba sus pellizcones, sin embargo ni un niño se quejaba.  Víctor todavía asistió los sábados después de haber sido inscrito en la primaria. 

Pero dejo de asistir cuando cursaba segundo, por lo que sus tareas de fin de semana las hacía sobre los escritorios de la Octava Sala Penal, donde trabajaba su madre.  Víctor con su ímpetu infantil recorría de arriba abajo el bello edificio, bajando flotando sobre los talones las narices de las amplias escaleras de recinto.



Una vez, después de esos vertiginosos descensos se topó con Mauro quien le dio un tremendo pescozón, el niño logro  zafarse del robusto fulano y corrió llorado hasta la oficina donde trabajaba su madre, ella le preguntó que le había pasado, el le contestó gimoteando, las palabras fueron escuchadas por Br. Raúl Navarro, quien era auxiliar del magistrado, que laboraba en esa la misma sala. Días después Víctor se enteró que su victimario había sido aprendido por agentes judiciales, martirizado y cesado para siempre de tribunal.



En lo más profundo Víctor se sentía culpable, no concebía que la justicia mexicana fuera tan salvaje, se arrepentía de no haber sido más machito y aguantarse y no actuar como soplón, ese culpa nunca lo abandonó, así sigue siendo el VANO, porque nunca ha aceptado la existencia de  la maldad, y perdonaba  empáticamente hasta el más malo, sobre todo a los que le hacían daño. 



Estudiando en una escuela católica.


Víctor creía que él nunca asistiría a una escuela, y mucho menos en una que veía que entraban puras niñas con vestidos azul marino y cuello blanco tipo marinero amarrado con listón rojo. Pero cuando su padre lo llevo a inscribirlo comprendió que su vida había cambiado. Durante 6 años portó el uniforme que portaban los niños que cursaban en el turno matutino, que era un pantalón gris, una camisa blanca y un chaleco rojo con ribetes azul y blanco. Este colegio tenía como nombre Ing. Armando I. Santacruz, el mismo que proyectó y construyo el Tribunal Superior de Justicia en tiempos de Porfirio Díaz, y que fue nombrado como su albacea de su fortuna por el mismo dictador oaxaqueño, cuyos títulos de propiedad fueron emparedados dentro de las paredes bajo los elegantes tapices de una casona de la colonia Navarte. Siendo custodiada por los diplomáticos alemanes a los que rentó el ingeniero militar para ser sede de la Embajada Alemana.


Dicha escuela tenía cuotas muy módicas, tal vez subsidiadas por la fortuna del Héroe del 2 de Abril, en ella los niños antes de iniciar las clases tenían que santiguarse y rezar un Padre Nuestro y un Ave María. Años después el Vano dedujo que la escuela era parte de un proyecto de adoctrinamiento conservador de las colonias populares consideradas como las más peligrosas.
El vano tiene grandes recuerdos, que pueden ser fuente de otra narración enlazada a la historia cotidiana de educación mexicana.

Sin embargo les dejo aquí otra de sus historias:

Cuando tenía menos de seis años, continuaba con mi ego infantil  en las alturas de la gloriosa media luna de mi saliente observatorio, me sentía el “Rey del Universo”, tal como alguna vez relaté  en aquellos «Recuerdos desde mi Balcón».

Pero llego a mí el día de mi realidad humana, y tuve que ocupar un lugar en la fila del primer año “A” alineada en el patio del Colegio Ing. Armando I. Santa Cruz. Y en esa fila conocí a mi primera instructora, la maestra Gloria, una bella morena, cariñosa, empeñosa, de carácter muy dulce, pero de personalidad dominante y demasiado apegada al modelo educativo imperante al final de los años cincuenta. He de mencionar que mi escuela era particular, y como norma se mantenía la costumbre persignándonos y rezar de «Padre Nuestro» y «Ave María», antes de iniciar la jornada educativa.




 La rutina de la clase era aprender a leer y trazar letras, en un método muy eficaz, el que yo mismo emplee para enseñarles a leer a mis dos hijos  cuando cursaron parvulitos.

 Sin embargo me costó demasiados trabajos, demostrar que aprendía y la profesora con su gran capacidad pedagógica  captó mi conflicto personal,  pero centrando en demasía su instrucción en mi ya demasiado aplastada personalidad, notando mi lentísimo e inconcluso cumplimiento de mis tareas y más bien me notaba demasiado ido, fantaseando con las conversaciones de mis compañeritos, que habían terminado demasiado rápido las tareas. Por lo que optó sentarme, durante casi todo el curso en su escritorio, para mantenerme más vigilado y aislado de tales distracciones. 




Para fue terrible, ya que mis distracciones seguían igual, o peor pensando en cosas “tontas” que vivía en el momento de observar los rostros de mis condiscípulos. Lo mismo pasaba en las tardes, ya encerrado en el comedor del pequeño departamento que alquilaban mis papás en la populosa segunda sección de la Colonia Moctezuma. 

Con un exceso de lentitud trazaba las letras y números, lo que ya me tenía arto, entonces mi mamá me pegaba con el cinturón y castigaba con diversas tonalidades de cariño maternal, y llegaban las altas horas de la noche, y meditaba más en la tremenda zancadilla, que me propinó un niño, sin rostro, en pleno recreo. 




Todavía  me taladran mis oídos las carcajadas y la palabra “burro”, y me duele la cara cuando recuerdo el fuerte golpe que me di sobre el sucio piso,  había caído desde lo más alto de la soberbia de mi «divino balcón» Y hoy que vivo en la Sagrada Planicie del Mayab  sigo siendo uno más como entre los demás.

En el escritorio del aula, mi  maestra también me pellizcaba, me jalaba el cabello, las orejas, pero no me pegaba con ningún objeto, cuando no realizaba correctamente los trazos de las letras  «a» mayúscula y minúscula de la caligrafía palmer, por medio de tiras de plastilina

En mi fantasiosa imaginación, creía que era mi mismísima mamá, que no iba al trabajo y se metía a un disfraz para actuar como la maestra Gloria.
Sin embargo, en mi mente infantil había otra “persona disfrazada” que según yo era Conchita, una amiga de mi Mamá, y que también “se había metamorfoseado”  en la Maestra Enriqueta, que era muy amiga de mi querida maestra, ella era más alta y elegante, me gustaba mucho, ella daba clase en tercero, y en las numerosas ausencias de mi maestra titular, ella se encargaba de atendernos y no descuidaba mi problema, por lo que me trasladaba a su  escritorio del tercero “A”. Allá en la clase “más avanzada”, se enfatizaba mi admiración a esa mi segunda maestra, sobre todo en las clases de Historia, Geografía y Ciencias Naturales, las que se me gravaban fácilmente. Como deseaba ya estar en tercero, aprendiendo de tan bella dama los secretos que todavía me estaban vedados, ya que de alguna manera sabía que en segundo seguiría sólo aprendiendo cosas de números y letras.

El curso terminó y las que debieron de ser mis primeras vacaciones de invierno no se dieron. Ya que mi amorosa maestra Gloria, convenció a mis papás de que todavía no estaba preparado, ya que debió reprobarme, por lo que tenía que darme una hora diaria de clases particulares. Ella acudía puntualmente, sobre la mesa del comedor me instruía, ya sin sus acostumbradas “caricias”. No conforme, convenció a mi madre para que la acompañara a otras dos clases que les impartía a otros dos mis compañeritos, también con problemas de aprendizaje. Así me paseo  con su cariñosa mano, como si fuera mi madre, cruzando el pintoresco barrio.



Llegó febrero de 1960, entré a la clase de la maestra Mercedes. Pero una mañana que llegue tarde, se cruzo en mi subida por las escaleras la familiar figura de mi Maestra Gloria. Entonces con toda su autoridad, me preguntó: ¿A dónde vas Víctor Augusto?, «sabías muy bien que tu maestra es Margarita», --otra de sus amigas--, y entonces “me secuestró” y me jaló de la mano, y me metió a mi nuevo grupo, y me dijo: «cuidadito te salgas». 

Para mi fortuna mi nueva maestra se casó y tuvo que renunciar, y tuve una tercera maestra, ya madura, llamada Lupita, la que también quiero mucho. Ella, como de costumbre, iba colocando a sus alumnos por filas de aprovechamiento, los más aplicados en la primera, en la cuarta los “Burritos”, gracias a mi desempeño y mi dócil conducta ella decidió ponerme en la fila de honor, pero no me aceptaron mis arrogantes compañeros, tampoco los de la segunda, y de verdad estuve más a gusto en la cuarta fila, con la gente más sencilla y que vale mucho más.




A fines de noviembre en la fiesta de la escuela el Ing. Antonio Santacruz, hijo del quien fuera albacea de la fortuna de Don Porfirio Díaz, prendió en mi pecho la medalla de conducta, que también le correspondía al tercer mejor promedio del año. Estábamos felices  los de la fila de los “burros”, porqué demostramos que también los de abajo podemos hacer grandes proezas 





El primer viaje al Mágico Mayab.



Cuando Víctor Augusto cursaba tercer año su padre por fin pudo comprar un amplio automóvil con motor de 8 cilindros en v. Un precioso Chevrolet Bel Air  1956. 


Con el cual hábitos de la familia cambiaba, así todas las tardes iban de compras a un lejano y elegante supermercado, a la usanza gringa, emplazado en la avenida Álvaro Obregón y avenida Sonora en la Colonia Roma, donde Víctor le encantaba empujar el carrito de compra, mientras su madre lo abarrotaba con latas y envases, con la novedad que eran escogidos directamente de los anaqueles, los precios estaban en centavos, pero la moneda más pequeña entonces eran los quintos de cobre, así que las guapas y curvilíneas cajeras daban en los cambios de uno a cuatro pequeños chicles Yucatán. 



Después completaban la compra en el Mercado de la Merced, donde las grandes bolsas de ixtle eran transportadas por un fornido cargador llamado Rosendo, que hábilmente amarraba las bolsas a su diablito, la madre de Víctor era muy generosa, pagando y regalado mercancía al noble muchacho.


Ese mismo año decidieron ir a Mérida, la ciudad de los sueños de la familia. Su padre compró una guía de carreteras en la Gasolinera que existía en la esquina que formaban el Bulevar del Aeropuerto y la Calzada Zaragoza, donde hoy en día hay un Wall Mart.



El viaje les llevó 6 días, cruzando el árido tramo de Carcel de Mujeres a Perote, la verde sierra boscosa que existe antes de llegar a Xalapa después la amplia llanura tropical veracruzana, la Sierra de los Tuxtla, la acuosa cuenca tabasqueña, la isla del Carmen y por fin la rocosa planicie de la península de Yucatán,



Haciendo 6 cruces con distintos tamaños de panga, una sobre la laguna de Alvarado, afluente del caudaloso Papaloapan, la siguiente sobre el río Coatzacoalcos, después sobre entronque de los binacionales  ríos Grijalva y Usumacinta, llegando al puerto fluvial de Frontera, continuando con un chalán cableado, cruzando el rápido río San Pedro que delimita a Tabasco y Campeche. Después cruzando el mar entre Cabo Zacatal y Ciudad del Carmen, para terminar sobre turbulento tramo que hay entre Puerto Real e Isla Aguada.



Víctor no se perdía detalle, siguiendo la ruta sobre los mapas del atlas geográfico, aprendiendo a interpretar simbologías, que muchos estudiantes de ingeniería civil no entienden. Al niño le maravillaba los grandes cambios de paisaje, y daba razón a su cuestionamiento infantil de que el mundo era finito, que era cierto que había más allá de sus amados volcanes, por lo tanto la creación es infinita y eterna.



Por su formación escolar católica, hacía bajar a sus familiares en cada iglesia o capilla que veía, haciendo más lento el viaje. Le simpatizaban enormemente los veracruzanos, los tabasqueños, carmelitas, campechanos e indígenas mayas, disfrutaba el rico sabor de las aromáticas frutas, del pulpo del antiguo mercado de Campeche a la orilla de su placida bahía.



En el sexto día después de cruzar la jungla de los Chenes y de la zona Puuc, bajando del bajo lomerío de la Sierrita, antes de llegar a Muna y  después de maravillarse con la dorada belleza de Kabah y Uxmal,  por vez primera observaba la verde planicie de Yucatán sin elevaciones en el horizonte, destacando la gran cantidad de molinos de viento, llamados veletas, allá a lo lejos estaban los inmensos planteles de Henequén, morada de los cuentos que oía en el comedor del departamento de la Moctezuma.


La ciudad blanca era tan hermosa como la había imaginado, con frondosos árboles, aunque con mucho calor, para el todo era mágico, y su fantasía se enriquecía todavía más.


El hablar rítmico de los yucatecos le fascinaba, no era el cantadito de su barrio ni es que oía en los pueblos cercanos a su nativa ciudad, mas lo que más le fascinaba es que en su lenguaje no oía las leperadas que se oían en las calles capitalinas a las que tenia gran fobia.

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Quintanarroense de nacimiento





 Después de visitar Mérida cruzaron la tupida jungla para visitar Chetumal, a través de una estrecha brecha, en la que cruzaba la variada fauna selvática, desde serpientes, conejos y tarántulas, hasta venados, tigrillos, tapires, correcaminos, guacamayas  y hermosas aves Toh, mientras su madre temía la aparición de chicleros, que tenían fama de sanguinarios, o del mismísimo Dueño del Monte, con quién, según  ella había enfrentado en Solferino.



 La capital del territorio de Quintana Roo era muy pequeña, a la ribera del fronterizo Río Hondo, con solo 15,000 habitantes con su trazo en damero y sus amplias avenidas alineadas al malecón que protege a la ciudad de las mareas de la Bahía de Chetumal. Llena de casas de madera fina abundante en la región: caoba, cedro, ciricote, jabín. Cabeza de Playa de la Federación, para defender la soberanía de la península y de la nación.

Con un perímetro libre de impuestos de importación, por ello viviendo como un activo centro de intercambio comercial caribeño. Llena de personas nacidas en otras partes: Mérida, Campeche, Jalisco, Puebla, Veracruz, California, Florida, Belice, Cuba, etc. Y sobre todo nativos mayas. Donde los inmigrantes libaneses que dominaban el comercio forjaron sus fortunas, sin abandonar sus nexos yucatecos. Ciudad sin cultura propia, prestada de todas partes.

Esa era la ciudad donde nació la madre del Vano, lo que no sabía el niño que por ese motivo sería Quintanarroense de Nacimiento, cuando la Constitución del Estado Libre y Soberano de Quintana Roo, y su amado Distrito Federal nunca tuvo su propia constitución.

 Al Vano le re patea en el alma el D.F. haya desaparecido, aunque es netamente hijo de la Ciudad de México. Nunca fue lo mismo México-Tenochtitlan que Tlatelolco, Tacuba, Azcapotzalco, Tacubaya, Iztapalapa, el Tepeyac, Cuautepec, Xochimilco, Milpa Alta, y un gran etc. Si es eso dice el Vano que desaparezca Jalisco, y se llame Ciudad de Guadalajara, desaparezca Yucatán y se llame Ciudad de Mérida, lo mismo Chihuahua, que gracioso y confuso sería decir Ciudad Juárez, Ciudad de Chihuahua; Veracruz, Ciudad de Xalapa, Torreón, Ciudad de Saltillo. Pero lo más risible sería Toluca, Ciudad de Toluca, Monterrey, Ciudad de Monterrey. ¿y cuáles serían sus patronímicos? Vano ni lo piensa porque será un trabalenguas, lo que teme que el CDMX  sea un motivo más de hablar mal de su ciudad nativa como el CuiDate MuXo de parte de los demás mexicanos.



Se siente muy desilusionado, porque siempre ha soñado en una verdadera constitución, libre y soberana, para el sería correcto Estado de Anáhuac, así sería náhuatl o nahuatlaca, y mucho mejor Estado de Aztlán para ser auténtico azteca, aunque los xochimilcas y tepanecas, serían también afrentados, sería preferible Xilanguia para ser Xilango


Sobreviviendo en Mérida.


Víctor Augusto, después de varios años, seguía siendo un cándido hombre. A pesar de su mediocre vida seguía siendo muy vanidoso, haciendo toda una epopeya, los hechos que giraban en su modesta vida. Al no haber continuado estudiando después de la primaria, ser incapaz de ejercer un oficio artesanal, ser muy torpe para las operaciones matemáticas y evadir todo trabajo turbio y dañino para la salud y dignidad de todo ser humano, demasiado abundante en su México corrompido y vejado.

 Teniendo una bella esposa yucateca de hermosos ojos verdes y dos hijos muy sagaces, como lo son los yucatecos, aunque en su añorado Valle de México opinan lo contrario; nuestro personaje con mucho esfuerzo había establecido una papelería en la casa que heredó su esposa en la Colonia Melitón Salazar al paso de la escuela primaria Luis G. Monzón.


Esta colonia se localiza al sur de la ciudad, teniendo la fama de ser una de las violentas, el vulgo le ha puesto el sobrenombre de la «Matitón Salazar», existiendo graves problemas de pandillerismo, prostitución y narcomenudeo.



Para atraer más clientela instaló dos mesas rodeadas por libros de historia, civismo, geografía, cuentos y leyendas, todos ellos ilustrados. Para hacerlos valorar sus orígenes y ser orgullosamente yucatecos.



  Últimamente ha instalado en la pared una pantalla en la que solo transmite los canales digitales 23.1 a 23.5 que permiten ver gratis los canales Once TV del Politécnico, Una Voz con Todos, Canal 22, Ingenio TV de Televisión Educativa de México y TV UNAM. Para fomentar en ellos más valores universales y sobre todo un orgullo de ser mexicanos.



A los niños les ayuda con las tareas, aconsejándoles como compartir los materiales, que les vende, para ahorrar más. En el mismo comercio su bella esposa, cariñosamente les prepara horchata de arroz y almendra, muy propia de esta región, así como limonada y refrescos de Jamaica y tamarindo, bien copados de hielo picado.



 También les vende unos raros antojitos que combinan lo mejor de Yucatán y la Capital Mexicana, así el Vano ha inventado el Sope Yucateco, en cuya cama de frijol refrito a la usanza yucateca, le agrega un buen cerro de pavo adobado con achiote, lechuga orejona, cebolla morada encurtida, jitomate y aguacate yucateco, así como salbutes huaches que son hechos con la esponjada tortilla, bañada de mole poblano, guajolote deshebrado, cebolla blanca picada, lechuga romana, crema y queso panela, amén de vaporcitos en hoja de maíz, y tamales verdes, rojos, queso con rajas y de dulce en hoja de platano.

Con ello trata de instruir que tanto yucatecos y huaches tienen una cultura en común.  El Vano como siempre atrae por carismática personalidad, producto de su aparente sencillez, pero sabemos que eso es parte de su secreta altivez.

 Desde luego a los muchachos les trata de corregir sus frases ilógicas de «no lo busco» cuando no lo encuentran, «lo está asechando», cuando lo está mirando, «pasó a chocar», cuando lo correcto es estuvo a punto de chocar, etc.

Desde luego les aconseja no hablar con desconocidos, denunciar a cualquier hombre o mujer que los acaricien en sus partes intimas.


Sobre todo evitar las palabras insultantes, evitar el consumo de alcohol, cigarrillos, polvos blancos, cemento plástico. Explicando que todo ello daña su cerebro, volviéndolos esclavos de una alucinación dolorosa y fatal.                                                        

1988 el año del fraude electoral.


El Vano durante toda su vida ha sido partidario del auténtico socialismo, en el que la democracia solamente es la vía legal para cumplir con los designios del pueblo mexicano, legitimo soberano de México. Por ello había intentado leer las obras de Marx y de Engels,  pero nunca los entendió, porque sus argumentos le parieron huecos, tramposos y llenos de lenguaje encriptado, solo entendibles por los ricos intelectuales burgueses, pero jamás por un pueblo que entiende solamente las palabras claras y correctas.



Por ello tanto el materialismo histórico y sobre todo el dialectico, eran demasiado contradictorios y aberrantes. Aún así había votado en Mérida, por el Partido Comunista México, cuando de manera no oficial lanzó a Valentín Campa para la presidencia de la República, cuando López Portillo fue el único candidato oficial.


 El terremoto de 1985,
 había propiciado grupos de apoyo comunitario, que lograron levantar a la quebrada Ciudad de México, a pesar de la gran corrupción Priista encabezada por Miguel de la Madrid. Este movimiento fue creciendo poco a poco, haciendo crecer por primera vez al socialismo mexicano.


El Vano admiraba mucho al Ing. Heberto Castillo, quien fuera acusado de agitador del Movimiento Estudiantil de 1968 y recluido en el palacio negro de Lecumberri, donde escribió dos libros de análisis estructural, cuyos métodos el  científico mexicano, inventor de la tridilosa, empleó para calcular la estructura de concreto del que debió ser el Hotel de México, hoy World Trade Center de la Ciudad de México, modelo estructural usado por los edificios más altos del mundo como Las Torres Petronas de Malasia o el Burj Khalifa de Dubai.


 El gran ingeniero mexicano había formado el Partido Mexicano de los Trabajadores, que después se transformó en Partido Mexicano Socialista PSM donde se alió con sus antiguos camaradas del Partido Comunista Mexicano, por Heberto era por el candidato que iba a votar el Vano en las elecciones de julio de 1988.

Al Vano le tocó por casualidad asistir a un debate en la Plaza de la Mejorada, frente al antiguo convento franciscano del mismo nombre, en el que se enfrentaron los precandidatos Jesús González Schmal y Manuel Clouthier, en el que había tan poca gente, el Vano pudo ver frente a frente al que pocas semanas sería el arrollador Maquío, para su amigo Pedro Echeverría Várguez, quien acompañaba al Vano esa cálida noche, Jesús González fue más convincente, a pesar de las encendidas y tajantes palabras del obeso sinaloense.

 El PRI después de una farsante pasarela, seudodemocrática, lanzó como candidato uno de los más nefastos de personajes de la historia nacional, que por desgracia fundó el Salinato, periodo comparable al Maximato, origen directo del PRI. El Ing. Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo de uno los personajes de la historia que más admira el Vano, y alumno distinguido de Heberto Castillo, junto con Porfirio Muñoz Ledo y otros priistas del ala liberal, se desafiliaron de su antidemocrático partido y se encargaron de realizar una alianza fundando el Frente Democrático Nacional, integrado con los antes partidos paleros del PRI: Partido Popular Socialista, Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, así como el  Partido Frente Cardenista, el chaquetero Partido Verde Ecologista de México.

El enorme crecimiento del Maquío, y del propio Cuauhtémoc Cárdenas, le hizo comprender a Heberto Castillo, que la única manera de vencer al PRI y al conservador PAN, era integrarse al frente integrado por su antiguo alumno.

Las elecciones fueron muy concurridas, en la casilla que le tocó al Vano e Hilda, su esposa, se formo una inmensa fila, aguataron más de dos horas salpicadas por la intensa lluvia veraniega, nadie se movió, muchos de ellos eran panistas, la capital yucateca siempre ha sido opositor a lo que huele a huache, el PRI lo es para ellos. Así que el Vano pronosticaba que la mayoría de las Boletas, estarían cruzadas sobre el logotipo azul. Él, por supuesto, por el Partido de Heberto Castillo que se sumaría al de Cárdenas.

 Pero en la noche las urnas de todas las casillas de las colonias populares de Mérida fueron robadas por los taxistas del Frente Único de Trabajadores del Volante, fieles gamberros del golpista gobernador Víctor Cervera Pacheco. Siendo después de su interinato, Secretario de la Reforma Agraria en el régimen espurio de Carlos Salinas de Gortari, punta de lanza de las reformas constitucionales, que modificaron la tenencia de la tierra y que fueron aparente motivo del alzamiento chiapaneco de 1994.


 Todos sabemos el resultado, la risible caída del sistema de computo, que argumentó el fascista secretario de Gobernación Manuel Bartlett, ahora aliado con farsante Manuel Andrés López Obrador, en su MORENA, cuyo único objetivo es reducir a la izquierda, para cubrir la impopularidad del PRI. Cárdenas no defendió su triunfo, reconociendo el fraudulento resultado, que después fuera desaparecido, con el incendio de los archivos del sótano del Palacio Legislativo, donde se resguardaban las boletas, siniestro ordenado siniestramente por el presidente Salinas.

 El Vano estaba indignado con Cuauhtémoc Cárdenas, le parecía un traidor a los intereses del Pueblo.

El farsante subcomandante Marcos. 



Don Víctor Núñez, como le decían todos los vecinos de porción sur de Mérida aledaña al Cementerio General y la desaparecida Zona de Tolerancia, después haberse servido media barra de pan francés untada con frijol refrito y relleno con hebras de muslo de pavo horneado a la yucateca, lechuga orejona, rabanitos, cebolla morada encurtida y un poco de chile habanero asado y machacado en mortero de madera de jabín torneado y labrado por artesanos de la norteña comisaría meridana de Dzitia.  Alimentos que extrajo de los restos de la cena de año nuevo, acompañando la fría torta con vaso lleno con hielo y el negro liquido de una Sidra Pino, que era un tradicional refresco embotellado.

Después de ello salió de su humilde casa, enfilándose a la esquina de las calles 66 y 95 en la bocacalle que da acceso al panteón general, donde compraba de vez en cuando el periódico, el único que vendían era el «Por Esto!» Diario que era editado y publicado por Mario Menéndez Rodríguez, el mismo periodista yucateco que publicaba en la capital la  revista política «Sucesos» que hojeaba de niño principalmente para deleitarse con las fotos de mujeres semidesnudas, y también de la legendaria revista Por qué? la única que publicó desgarradamente los hechos sangrientos del movimiento estudiantil de 1968 y del halconazo de jueves de corpus del 10 de junio de 1971.


 El vano no confiaba en la publicación, porque sospechaba que Mario Menéndez además de ser marxista, se dejaba mover por los hilos negros del maquiavélico  Luis Echeverría Álvarez, auténtico cacique de la Península de Yucatán, Dueño de Cancún, teniendo como pelele a Víctor Cervera Pacheco, antiguo líder estudiantil corrupto, quien también apadrinaba esa  publicación, con el esplendido embute,  llenando su tabloide con notas llenas de propaganda oficial mezclada con notas rojas, mostradas sin pudor, de los sangrientos accidentes y asesinatos que suceden en Yucatán, aderezados con fotos de modelos semidesnudas y muchas veces completamente desnudas.



 En la portada se desplegaba a todo lo ancho: «Levantamiento». Teniendo como subtitulo: «Ocho poblaciones, incluyendo San Cristóbal, tomadas por las guerrillas», acompañadas por una gran fotografía de un tanquista del ejercito mexicano y una borrosa foto verdosa de militares encapuchados internados en la espesura de la selva chiapaneca. Al Vano le parecía muy extraña la noticia, no se explicaba el porqué del adjetivo de “zapatistas”, si Zapata nunca tuvo que ver con Chiapas. También el mentado encapuchado llamado «Subcomandante Marcos» con su quepí verde oliva y  sus dos estrellitas rojas, le parecía un personaje de pantomima, imitación del nicaragüense Comandante Cero, que también sería motivo de algunas historietas glamorosas durante los años ochentas, y de los farsantes enmascarados de la lucha libre mexicana, que se lucían gracias a las grandes habilidades de los tramposos rudos. Su cuate Pedro Echeverría, lo conocía, siendo ambos agitadores profesionales, en diversos movimientos seudosocialistas, teniendo una plaza de profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana.

Según el Vano el seudónimo surgía del modelo educativo de esa universidad, que usaba los marcos: teórico, conceptual, pragmático y creativo. Como el Vano estaba ya muy curado del marxismo, Marcos era el clásico intelectual radical, lleno de gran esnobismo, que fumaba mariguana y aspiraba cocaína en los estridentes salones roqueros de la Zona Rosa.

 Además sospechaba, que como en el submundo de la lucha libre, los mafiosos amos del circo imponían el argumento de la pantomima. Mas esta farsa tenía demasiadas víctimas inocentes, engañadas y masacradas. Para el Vano el asesino era el verdadero comandante zapatista, el mismísimo Carlos Salinas de Gortari, quien en su tesis que le sirvió para doctorarse por la colonialista Universidad de Harvard, donde han egresado los políticos más poderosos del mundo, tubo como tema principal las políticas agrarias derivadas  del quehacer revolucionario de Emiliano Zapata.

Según el Vano la Guerra en Chiapas, solo fue un distractor mediatico, para que el nefasto presidente aplicar las reformas aplicadas al artículo 27 constitucional, a favor de sus mezquinos intereses, con ello se apoderó de grandes extensiones agrícolas, siendo su operador Víctor Cervera Pacheco, su Secretario de la Reforma Agraria.

 El movimiento pasó a segundo plano, una vez Marcos había cumplido su objetivo, teniendo como premio las tierras requisadas por el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. Víctor Cervera, también se apodero de grandes extensiones de la costa yucateca, por medio de presta nombres de origen libanés, que luego lo traicionaron. Y también intentó hacer su propio desarrollo turístico, cuyo proyecto bautizó como «Nuevo Yucatán», asentado al poniente de Telchac Puerto, siendo un quimérico fracaso.

Por eso el Vano no leía las noticias del movimiento neozapatista, porque era un engaño más en contra de su México.      


Los carteles de la droga en Mérida.




Víctor en 1994 había votado, por vez primera y por última vez por el PRI, el tenía confianza en Ernesto Zedillo, por ser egresado del Instituto Politécnico Nacional, y por haberlo conocido en la Vocacional 5, cuando rondaba a una hermosa y curvilínea pelirroja que estudiaba en ese plantel escolar enclavado en la Ciudadela, cuyo edificio fue destrozado por el terremoto de 1985. Pero su decisión fue por seguir estando muy sentido con Cuauhtémoc Cárdenas y considerar a Diego Fernández de Cevallos un auténtico conservador porfirista.

En el 2000 votó por Vicente Fox, apoyando las preferencias del pueblo meridano, del que era parte desde hace muchos años, los partidos de la izquierda ya no le interesaban, porqué no cumplían cabalmente, y que una vez montados en el poder en su Querido Distrito Federal, con tal de recaudar más impuestos habían volcado el erario a favor de los ricos que vivían en las alturas del poniente del D.F. fomentando los lujosos barrios, que pisotearon la dignidad de la humilde gente que vivía en los antiguos tiraderos de Santa Fe y construyendo un aberrante y aparatoso segundo piso al periférico, también e favor de los ricos automovilistas de esa zona urbana de la capital mexicana. Por ello volvió a votar por el PAN en 2006 y lo mismo en 2012. 

López Obrador para el Vano era otra farsa más, un político mediocre, pero inflado, que se desafilio del PRI por no ser postulado como gobernador de Tabasco, no obstante haber compuesto el Himno del nefasto Partido Tricolor. Sabemos que el aspecto pintoresco del tabasqueño fue fundamental y el infundado intento de ponerlo en prisión, debido a una legal expropiación de un predio privado, propiedad de influyentes especuladores del suelo urbano, afectados por una obra en beneficio comunitario.

 De haber sido preso el Peje, hubiera sido irremediablemente triunfador en la contienda electoral. Sin embargo todo mundo daba por hecho su triunfo, como lo aseguran varias personas, hoy en día que es el dueño absoluto de MORENA. El peje nunca ha sido socialista, es igual que el presidente Nicolás  Maduro de Venezuela, un convenenciero, tan populista como lo son los priistas, que nunca cumplirá con los designios del pueblo.

“El espurio” presidente Calderón, si bien se metió a las patadas con carteles de las  drogas norteños y del sur del D.F. haciendo intervenir, por primera vez a la Marina en territorio continental, como marinos norteamericanos, que invaden a los países extranjeros. En Mérida no hubo acción sanguinaria importante, salvo 12 cuerpos decapitados hallados en la ex hacienda henequenera de Chichi Suárez y algunas hechos delictivos aislados producto del narcomenudeo, el trafico de drogas  a través de las rutas provenientes de Colombia en tránsito a Estados Unidos por vía aérea. Los habitantes de Yucatán, afirman y especulan, que Mérida es una reservación, pactada por el crimen organizado  los gobiernos federal y estatal, libre de enfrentamientos ensangrentados, porqué en esta ciudad viven las familias de los grandes capos de la delincuencia organizada, morando en lujosas mansiones cuyas altas bardas las hace parecer paredones de fusilamiento.


 En la Mérida del Norte, se han desarrollado gran cantidad de moles comerciales, con una enorme cantidad de boutiques, así como elegantes casinos, y sobre todo automóviles de gran lujo. La gente se pregunta, de donde sale tanta opulencia porfiriana, digna de la Casta Divina,  si en Yucatán no hay industria agricultura o ganadería importante, que genere empleos dignos, y deducen que en Mérida hay una enorme industria del blanqueo de dinero proveniente del tráfico de la droga.

Los mismos meridanos, se asombran que el Secretario de Seguridad Pública de origen libanés
, sea un delincuente, buscado por otras policías, sin embargo le reconocen y elogian por haber mantenido la tranquilidad durante los regímenes cerveristas en los que ha encabezado la policía estatal.

El Vano, sin embargo sigue en firme, creyendo y confiando en todas las personas, según él esa es su mejor arma que refuerza con su simpática figura e irresistible carisma, que lo hacen ver la gente más confiable del mundo. Ya sabemos que esa es la gran vanidad del Vano.                                                       




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